¿Te resulta familiar alguna de las siguientes situaciones?
- Llevo 2 años estudiando Ingeniería Informática y no me gusta nada la carrera. Pero ya que he empezado, la voy a terminar.
- Compré ese vestido hace 5 años y sólo me lo he puesto una vez, pero me costó 200 euros y no pienso venderlo por 20 aunque ya no lo use.
- Nuestro proyecto no funciona, pero como invertimos 5.000 euros no podemos abandonar. Hay que poner todavía más pasta para intentar resucitarlo.
- Me he enterado de que mi novia me estaba poniendo los cuernos, pero la he perdonado porque llevamos 6 años juntos y no podemos acabar así.
Se trata de ejemplos de la llamada ‘falacia del costo hundido' (sunk cost fallacy), ‘falacia de las pérdidas imborrables' o ‘falacia del costo irrecuperable', un sesgo cognitivo que tenemos todos los seres humanos y que a veces nos hace tomar decisiones que no nos convienen.
Las falacias son sesgos cognitivos a través de los que se desfigura veladamente la realidad, dando una apariencia de verosimilitud a lo que en su esencia es incierto o directamente falso. Casi todas las personas han incurrido en ellas alguna vez, y/o han sido "víctimas" de las de alguien, al menos en un momento de su vida.
La mayoría de las falacias conducen a engaño a terceras personas, pero también las hay que únicamente distorsionan la verdad del que las pronuncia, hasta el punto de que cercenan su capacidad para tomar decisiones acertadas en una situación problemática.
En este artículo abundaremos en la falacia del costo hundido o de Concorde (en homenaje a un avión creado por el gobierno francés y que supuso enormes pérdidas para este país), la cual ha sido objeto de mucha investigación por cómo puede llegar a condicionar el destino de quienes caen entre sus redes. Y, aunque a primera vista parezca inofensivo, en la práctica puede hacer que pases demasiado tiempo en un empleo que odias, una relación que no te llena o en un proyecto que no funciona.
¿Qué es un costo hundido?
Un costo hundido es un gasto que tuvo lugar en el pasado y que ya no se puede recuperar. En el caso anterior, los más de 5.000 euros que invertimos mi hermano y yo en anuncios de Facebook y en contratar personal son ejemplos de costo hundido porque ese dinero está ya en las cuentas de la compañía de Mark Zuckerberg y nunca más lo volveremos a ver.
Lo que hace interesante a los costos hundidos no es el gasto en sí, que no tiene nada de especial, sino cómo te afecta a la hora de tomar decisiones.
Principios básicos de la falacia del costo hundido
La falacia del costo hundido es, quizá, uno de los sesgos cognitivos más comunes en la vida de todo ser humano. También se sabe que, en múltiples ocasiones, tiene consecuencias muy graves para quien incurre en él (así como para su entorno próximo). La convergencia entre su frecuencia y su potencial perjuicio hacen de él un objeto de gran interés para la psicología, la lógica y hasta la economía. Y es que, aunque nos empeñemos en creer lo contrario, a veces nuestras decisiones distan de ser racionales y cabales.
Se entiende como costo hundido toda aquella inversión que, por circunstancias objetivas, se antoja como absolutamente irrecuperable. Tal inversión puede ser comprendida en términos temporales, como un desembolso importante o como la satisfacción de lo que otrora fuera percibido como una necesidad básica para la felicidad y/o la autorrealización. Así pues, se incluye dentro de este concepto todo esfuerzo relevante del pasado para el que se ha diluido cualquier expectativa de rédito, amortiguación o compensación.
Se sabe, además, que el aprecio que se tiene por aquello en lo que se invirtió (puede ser un proyecto laboral, una relación de pareja, etc.) es directamente proporcional a la cantidad de esfuerzo personal que precisó, en términos de apego emocional o expectativas de resultado. Y a su vez, se conoce bien que cuanto mayor apego se tiene por cualquier cosa, más difícil resulta desprendernos de ella o abandonar los esfuerzos por mantenerla a flote. Todo lo que aquí se reseña es el cimiento sobre el que se erige la falacia del costo hundido (o sunk cost fallacy).
El problema principal de esta falacia reside en los procesos de toma de decisiones en que se encuentra implicada esa persona o proyecto al que se adscriben nuestros esfuerzos pasados, a veces titánicos y constantes. Pese a que no exista la opción de recuperar la inversión que supusieron, continuamos teniendo presente lo pasado en el momento de asumir alternativas de cambio para la actualidad; ya que solemos negamos a perder todo lo que en su día costó, o a liquidar las expectativas que antaño nos motivaron a emprender lo que hoy dejaríamos atrás.
Con la incorporación de la pérdida, ubicada en el pasado y del todo irrecuperable, el proceso de toma de decisiones se ve condicionado por elementos ajenos a la racionalidad (entendida como el análisis sopesado de los beneficios e inconvenientes potenciales tanto a corto como a largo plazo). De esta forma, no se elegirían opciones orientadas a obtener cosas positivas (un trabajo mejor, una relación que nos aporte más felicidad o simplemente el cese de alguna hemorragia económica), sino que el propósito final será evitar algo para lo que ciertamente ya es demasiado tarde.
Las consecuencias de esta falacia pueden ser realmente dramáticas, y a menudo se hallan a la base de fracasos personales y descalabros económicos. De hecho, es un concepto que la economía ha rescatado para entender lo que dormita tras las pérdidas del patrimonio de sus clientes. A continuación veremos cómo puede llevar a las personas a actuar, y por qué suele conducir a situaciones que no hacen más que ahondar en el problema.
Qué es esta falacia y cómo actúa
La falacia del costo irrecuperable se produce cuando sentimos que hemos invertido demasiado como para abandonar. Esta trampa psicológica nos lleva a aferrarnos a un plan incluso si ya no nos beneficia y los costos superan claramente los beneficios.
La falacia del costo irrecuperable se puede observar en decisiones importantes de la vida, como continuar estudiando algo que no nos interesa simplemente porque ya hemos pagado una cantidad elevada en tasas de matrícula; pero también en decisiones sencillas de la vida cotidiana (como ver una película hasta el final aunque sea aburrida).
La mayor parte de las personas hemos vivido en nuestra propia piel la dificultad para darnos por vencidos, para desistir en algo a pesar de que seamos conscientes de que es una causa perdida. Se trata, en realidad, de una manera nociva de insistir; que alberga la esperanza de que un golpe de suerte (o acertar con la tecla) cambie diametralmente la situación y seamos capaces de enderezar el rumbo en un océano cuyo oleaje amenaza con hundirnos bajo sus insondables profundidades.
La falacia del costo hundido es un sesgo que nos impide desprendernos del pasado por el apego emocional que forjamos con él, a pesar de que este no tenga ninguna resonancia para el presente. A menudo implica mantener todos los esfuerzos hacia algo que ya no nos reporta felicidad. Esto sucede así porque pasamos a ser víctimas de una disonancia irresoluble: "he invertido mucho, todo cuanto tenía, en esto… no puedo abandonarlo ahora, pues aún no me ha reportado nada bueno".
Algunos problemas de salud mental se forman alrededor de esta falacia, sobre todo el juego patológico. En estos casos, las conductas que se llevan a cabo (apuestas, partidas en alguna máquina tragaperras, etc.) generan pérdidas y conflictos interpersonales de inconmensurable magnitud, pero la persona afectada mantiene el hábito porque ya ha "perdido demasiado" y no se puede permitir "abandonar su esfuerzo", sin antes haber recuperado al menos un poco de su inversión. Obviamente, la consecuencia es que el problema se hace cada vez de peor pronóstico, desplegándose lo que se conoce como "caza" (pedir dinero a conocidos con el objetivo de recuperarse de las pérdidas).
Además, se ha descrito que esta falacia llega a afectarnos también cuando quien realiza los esfuerzos es un individuo al que admiramos o al que queremos. Así, si una persona a la que tenemos en alta estima nos solicita algo y no nos apetece, la mayoría de nosotros tenderá a ceder y acabará haciéndolo (en compensación a la inversión ajena, que no la propia). Se trata de una experiencia familiar para un porcentaje muy relevante de la población general, y que supone la extensión de esta falacia del costo hundido a las dimensiones sociales.
A la hora de tomar una decisión, no deberíamos tener en cuenta los costes irrecuperables que hemos incurrido en el pasado y no se pueden recuperar. Si actuáramos de forma completamente racional, solo consideraríamos los costes y beneficios futuros, independientemente de lo que ya hayamos invertido, porque no recuperaremos ese coste tanto si seguimos por ese camino como si no.
Pero, todos somos humanos y estamos influenciados por nuestras emociones. Cuando más recursos invertimos en una decisión, más probable es que nos sintamos culpables o arrepentidos, si no seguimos adelante con esa decisión. Pensamos que si no seguimos adelante, habremos desperdiciado las inversiones previas, aunque si lo pensamos fríamente, esos costes son parte del pasado.
Por ejemplo, este sesgo afecta a la decisión de seguir con nuestra pareja aunque no estemos contentos porque ya hemos invertido varios años de nuestra vida con él y piensa si realmente deberías dedicarle el tiempo que le dedicas a cada persona en tu vida.
Este sesgo puede influenciarnos a tomar decisiones irracionales que conducen a resultados que no queremos. Intenta centrarte en hechos para tomar una decisión porque las emociones pueden disuadirnos de tomar esa decisión que sabemos que queremos tomar desde hace bastante tiempo.
Uno de los conceptos más importantes en economía es el costo de oportunidad, que es el valor de la siguiente mejor alternativa que se renuncia como resultado de tomar una decisión. En otras palabras, es aquello a lo que renuncias cuando eliges una opción u otra. El costo de oportunidad puede ayudarle a tomar mejores decisiones al comparar los beneficios y costos de diferentes alternativas. Sin embargo, a veces las personas caen presa del sesgo cognitivo conocido como falacia del costo hundido, que es la tendencia a continuar invirtiendo en un proyecto o actividad que ya ha incurrido en algún costo, incluso si ya no es rentable o deseable. La falacia del costo hundido puede conducir a decisiones irracionales y al desperdicio de recursos.
En economía, un costo irrecuperable se refiere al dinero que ya se ha gastado y no se puede recuperar. En términos generales, los costos irrecuperables pueden ser cualquier inversión que no se pueda recuperar: el tiempo dedicado a una relación o el esfuerzo invertido para aprobar el primer año de universidad.
Aquí tenéis algunos ejemplos de cómo puede manifestarse la falacia del coste irrecuperable:
- Permanecer en una relación a pesar de ser infeliz debido a todos los años que han pasado juntos.
- Pensar que no puedes cambiar el tema de tu tesis porque ya le has dedicado demasiado tiempo.
- Permanecer en un trabajo que no te satisface debido a todos los meses de capacitación que tuviste que recibir.
- Seguir con tu especialización, aunque te des cuenta de que no es la trayectoria profesional que quieres seguir, porque ya has cursado varias asignaturas.
¿Por qué la falacia del costo irrecuperable es un problema?
La falacia del costo hundidolleva a las personas a creer que las inversiones pasadas (es decir, los costos irrecuperables) justifican nuevas inversiones y compromisos. Creen esto porque los recursos ya invertidos se perderán.
En la toma de decisiones racional, los costos irrecuperables no deberían influir en nuestras acciones futuras porque nunca podremos recuperar el dinero, el tiempo o la energía que hemos invertido, independientemente del resultado.
En lugar de considerar los costos y beneficios presentes y futuros, permanecemos obsesionados con nuestras inversiones pasadas y dejamos que estas guíen nuestras decisiones.
Se trata de una falacia o razonamiento erróneo (como la falacia de la pista falsa o la falacia ecológica ) que crea un círculo vicioso de malas inversiones, también conocido como “tirar el dinero bueno al malo”.
¿Por qué se produce la falacia del costo irrecuperable?
La falacia del costo irrecuperable se produce porque no siempre tomamos decisiones racionales. Al contrario, a menudo nos dejamos influenciar por nuestras emociones, que nos atan a nuestros compromisos previos incluso ante la evidencia de que esto no nos conviene.
Los siguientes factores pueden ayudar a explicar por qué se produce la falacia del costo irrecuperable:
- Aversión a las pérdidas. Dado que las pérdidas suelen doler mucho más que las ganancias, tendemos a evitarlas en lugar de buscarlas. Cuanto más tiempo y recursos inviertas en algo, mayor será la sensación de pérdida al abandonarlo.
- Efecto de encuadre Nuestra percepción de una situación o una opción depende de si se presenta de forma negativa o positiva. En combinación con la aversión a las pérdidas, y bajo la falacia del costo irrecuperable, creemos que abandonar un proyecto equivale a una pérdida (encuadre negativo), aunque sea perfectamente racional dejar de malgastar nuestros recursos en algo que no funciona. En cambio, seguir adelante nos permite encuadrar nuestra decisión como un éxito (encuadre positivo).
- El deseo de evitar el desperdicio. Una de las razones por las que caemos en la falacia del costo irrecuperable es que detenernos implicaría admitir que los recursos invertidos hasta ese momento se han desperdiciado. El derroche, sin duda, no es una cualidad deseable. Esto explica, por ejemplo, por qué intentamos terminar de leer un libro que no nos gusta: si lo dejamos, sentimos que el tiempo dedicado a la lectura hasta ahora ha sido en vano.
- Sesgo de optimismo Esto significa que sobreestimamos las probabilidades de que nuestros esfuerzos den fruto al final, lo que nos lleva a ignorar las señales de alerta. Como resultado, seguimos invirtiendo dinero, tiempo o energía en proyectos porque estamos convencidos de que, a la larga, todo dará sus frutos.
- Responsabilidad personal. La falacia del costo irrecuperable nos afecta principalmente cuando nos sentimos responsables de una decisión y de los costos irrecuperables que la acompañan. Esto crea un sesgo emocional que nos lleva a aferrarnos al proyecto, la decisión o el curso de acción del que nos sentimos personalmente responsables.
Algunos ejemplos
Con el propósito de clarificar cómo se expresa esta falacia o sesgo, veremos algunos ejemplos concretos sobre distintas formas que puede adoptar según lo que se ha referido previamente.
1. Un proyecto arruinado
Felipe era joven, y como tal ardía en deseos de labrar con sus propias manos un futuro en el que vivir plenamente. Durante muchos años compaginó un trabajo (de fin de semana) con su formación, ahorrando todo lo que resultaba posible para construir su propio negocio algún día. Cuando apenas acababa de posar sus manos sobre aquel diploma que tanto le costó conseguir, ya estaba fantaseando con la vida que siempre había deseado para sí, erigiendo castillos en el aire sobre cómo serían sus días a partir de entonces.
Lamentablemente, Felipe todavía desconocía que pese a tanta ilusión, su proyecto iba a ser un fracaso que le llevaría a perder todo lo que había ahorrado durante su juventud. Ya había transcurrido más de un año, y las pérdidas de su restaurante iban aumentando de una forma salvaje, sin indicio alguno de que la situación pudiera llegar a cambiar. Pese a ello, y dado que había invertido demasiado en la apertura, decidió pedir dinero a algunas personas de su confianza con la esperanza de remontar en el futuro.
2. ¿Hacia dónde vamos?
Vanessa y Miguel llevaban juntos diez años, y en ese tiempo habían atravesado por todo tipo de situaciones. Tumbada sobre una fría cama, apreciando la oscuridad que se escurría en el techo de la habitación, ella meditaba sobre su vida junto a él. Los primeros años fueron quizá los más difíciles, pues su familia no aceptaba al hombre que había elegido como su pareja, y luchó contra viento y marea por mantenerse a su lado en el peor de todos los escenarios posibles. Pese a ello, recuerda aquel período como una aventura en la que aprendió mucho sobre qué era la vida verdaderamente.
El sonido de los grillos llegaba a sus oídos, en aquella noche que parecía eterna. Y es que ya no le quería, en realidad hacía al menos cinco años que no sentía lo mismo. Esperaba que la luz de la mañana trajera consigo la fuerza que necesitaba para articular las palabras que los llevarían al final del camino compartido. Ya no le hacía feliz, pero se negaba a creer que una historia como la suya muriera de una manera tan mundana y tan triste. Habían pasado tanto tiempo el uno junto al otro… estaba hecha un amasijo de dudas. Una noche más, como tantas otras antes.
3. Un pastel con mala pinta
Era un domingo por la tarde. Al igual que otras veces en el pasado, la abuela Carlota trajo de postre lo que antaño fuera un fantástico pastel de zanahoria. No en vano, era una mujer que se había hecho muy conocida por una receta cuyo nacimiento se remontaba a tiempos que ya solo ella podía recordar. Y es que los años empezaban a acumularse en su pelo nevado, y se adentraba por desgracia en el invierno de su vida. Pero en ese momento, bajo la luz de una tarde moribunda de otoño, el ritual familiar iba a dar comienzo. Era lo único importante.
La sonrisa en su rostro era tal y como siempre había sido, al igual que el ademán teatral con el que mostraba su excelsa creación. En aquel día, no obstante, lo que todos esperaban con desmedida expectación se convirtió en el más inesperado de los horrores: aquello no era el pastel de la abuela, sino una masa informe de aspecto peligroso para la salud, que emitía un extraño olor que de inmediato hizo escapar al perro entre lastimeros sollozos de pánico.
Se hizo el silencio. Todos se miraron primero, y a la abuela justo después, con su sonrisa en el rostro. La sonrisa de siempre. "¡Qué buena pinta!" mintió alguien en algún lugar. Con las manos temblorosas y el corazón en un puño, temiendo que aquello fuera "venenoso", todos engulleron la generosa ración acostumbrada. Y es que la mujer, que siempre lo dió todo y había madrugado para preparar con cariño la comida, lo merecía y mucho.
Cuando una decisión del pasado determina tu visión del futuro
Cuanto más recursos inviertes en un proyecto (un negocio, una relación, una carrera universitaria…), más te atas a él emocionalmente y más te cuesta abandonarlo.
A la hora de decidir si vender o no vender la web, mi hermano tuvo en cuenta el dinero que había invertido en ella a pesar de ser un dato irrelevante, ya que no iba a poder recuperarlo.
Una persona racional sólo habría considerado los gastos y beneficios futuros para determinar si le convenía aceptar la oferta del comprador. Sin embargo, Guillermo prefirió no vender a pesar de que sabía que era muy poco probable que la página se recuperase, principalmente porque ni él ni yo teníamos tiempo –ni ganas– para ponernos en serio con ello.
Predeciblemente irracionales
A los seres humanos nos afecta la falacia del costo hundido porque no nos gusta perder. Lo odiamos. Y abandonar un proyecto en el que has invertido una gran cantidad de tiempo, energía y/o dinero significa asumir que nunca más recuperarás esos recursos. ¡Ouch!
Como no queremos aceptar la realidad, preferimos ponernos una venda en los ojos y comportarnos de forma irracional. Más concretamente, nos volvemos demasiado:
- Cabezones. No queremos aceptar que hemos fracasado y nos negamos a abandonar. Es el clásico: «Llevo dos años trabajando en este proyecto día y noche y todavía no ha generado beneficios ni tiene pinta de hacerlo. ¡Pero por mis santos cojones que lo voy a sacar adelante aunque tenga que dejarme la piel!»
- Optimistas. Sobrestimamos los beneficios que nos va a reportar el proyecto en cuestión. «Llevamos un año durmiendo en camas separadas, pero es un bache normal en cualquier relación. Seguro que se nos pasa y que dentro de poco volvemos a estar igual de enamorados que siete años atrás.»
Actuar así es parte de nuestra naturaleza. No podemos evitarlo. Por eso es tan difícil no dejarse influir por los costos hundidos.
El problema es que esto no nos beneficia. Nos hace tomar decisiones erróneas, o peor aun: bloquearnos durante años sin hacer nada a pesar de estar en un callejón sin salida. Es la causa del «más vale malo conocido que bueno por conocer».
¿Qué podemos hacer al respecto?
Cómo defenderse de la falacia del costo hundido
Estas son algunas recomendaciones para evitar caer en la falacia del costo hundido:
- Sé consciente de cómo te afectan los costos hundidos a la hora de tomar una decisión. No vas a poder cambiar cómo te sientes, pero sí que puedes detectar cuándo estás siendo irracional y actuar de una manera más beneficiosa, aunque tu instinto te diga lo contrario (sí, nuestro instinto a veces se equivoca)
- Busca siempre el lado positivo. Aunque hayas invertido muchos recursos y ya no puedas recuperarlos, seguro que has aprendido algo valioso por el camino. Cuando cambias de carrera a los dos años, no has tirado dos años a la basura. Has hecho buenos amigos, te has divertido y has adquirido conocimientos que podrás utilizar en el futuro. Viendo así las cosas, quizá te sea menos doloroso abandonar
- Pídele su opinión a alguien de confianza que no esté emocionalmente involucrado en la decisión, y que por lo tanto pueda pensar de una manera más racional
Abandonar es de valientes
Dice Seth Godin en su fantástico libro The Dip que si una situación no va a mejorar a pesar de que inviertas más tiempo, dinero o energía, entonces lo mejor es abandonar (sin importar cuántos recursos lleves invertidos hasta el momento).
Personalmente estoy de acuerdo con él. Si estás cavando un agujero y te das cuenta de que has elegido el lugar equivocado, ¡no hagas el agujero más grande! Lo mejor es que dejes de picar y salgas de allí cuanto antes, porque cuanto más lo pospongas más te costará regresar a la superficie.
No olvides que toda acción tiene un coste de oportunidad. Si te encabezonas con una carrera que no te gusta, una relación que no funciona o un proyecto que no va a ninguna parte, estás renunciando a la oportunidad de estudiar algo que te apasione, encontrar el amor de tu vida o empezar un proyecto que te haga millonario.
La vida es demasiado corta para malgastar tu tiempo en un callejón sin salida. Acepta el error, asume pérdidas y pasa página. El futuro está lleno de experiencias y momentos maravillosos por descubrir.
Cómo superar la falacia del costo irrecuperable
Superar la falacia del costo irrecuperable puede ser un desafío, pero las siguientes estrategias pueden ayudarte:
- Presta atención a tu razonamiento. ¿Priorizas los costos y beneficios futuros, o te aferras a tu inversión o compromiso previo, aunque ya no te beneficie? ¿Consideras nuevos datos o evidencias al decidir si continuar o abandonar un proyecto?
- Considera el “costo de oportunidad”. Si continúas invirtiendo en un proyecto o una relación, ¿qué te estás perdiendo? ¿Existe otro camino que podría brindarte mayor beneficio o satisfacción?
- Evita caer en la trampa de la implicación emocional. Cuando te involucras emocionalmente en un proyecto, puedes perder de vista lo que realmente sucede. Es entonces cuando entra en juego la falacia del costo irrecuperable y te desvía del camino correcto. Buscar consejo de personas que no estén emocionalmente involucradas puede ser revelador y ayudarte a tomar una decisión informada.
Conclusión
En resumen, la falacia del costo hundido es un sesgo cognitivo que consiste en dotar de valor a una inversión personal relevante del pasado, e irrecuperable a todas luces, para mantener a flote un proyecto cuyas expectativas son muy desalentadoras. De este modo, se mantendría el esfuerzo por la expectativa de recuperar lo entregado (dinero, tiempo, etc.) sin reparar en que realmente se trata de algo que nunca va a volver. En definitiva, una negativa a ceder ante una realidad amenazante por el temor que nos inspira asumir la pérdida, y que puede acabar empeorando la situación gravemente.
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Fuentes consultadas:
Nro. 1 https://viviralmaximo.net
Nro. 2 https://www.scribbr.com/
Nro. 3 https://psicologiaymente.com
Nro. 4 https://retate.e